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La pista de las obras robadas pasa por Suiza

Egon Schiele, ‘Retrato de Wally’ (1912). La obra fue a parar al Museo Leopold de Viena después de la guerra. El caso estalló en 1997 y contribuyó a la adopción de los Principios de Washington. akg images

El país alpino fue un importante centro de venta y tránsito de obras de arte sustraídas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y tiene la clave para esclarecer estas transacciones. Los expertos sostienen, sin embargo, que los documentos en línea que publicó recientemente el Gobierno no son suficientes.

El tiempo apremia para los supervivientes de las familias judías a las que los nazis confiscaron colecciones de arte durante la Segunda Guerra Mundial. Las demandas de restitución son cada vez más complejas y abarcan varias jurisdicciones, por lo que muchos herederos desisten de emprender medidas.

En junio pasado, la Oficina Federal de Cultura (OFC) publicó en versión digital una serie de documentos e informaciones. El objetivo es facilitar la coordinación de los esfuerzos que realizan los museos y los investigadores para identificar las obras de arte expoliadas.

Mientras tanto, en el mercado del arte prosiguen las ofertas, ventas y transferencias de obras robadas durante la guerra.

Según los expertos consultados por swissinfo.ch, Suiza es parte del problema, pero también tiene la clave de la solución. Si salen a la luz los documentos que certifican las ventas en suelo helvético durante la postguerra, las dudas que rodean el mundo del arte podrían despejarse parcialmente, ya que impedirían que los actuales propietarios ignoren el origen de las obras en su posesión.

De las 600.000 obras robadas durante el régimen nazi, entre 1933 y 1945, se estima que 100.000 siguen desaparecidas, han sido identificadas erróneamente o desviadas.

Las recientes campañas de identificación y restitución se enfrentan a una creciente resistencia de las instituciones de arte. Estas alegan que las pruebas de la expropiación son incompletas, que ha transcurrido demasiado tiempo desde los hechos y que las obras maestras son, de todos modos, patrimonio público.

En 2011, funcionarios de aduana alemanes descubrieron en una vivienda de la capital bávara más de 1.400 lienzos, entre ellos varios Picasso, Matisse y Klee, publica Focus en su más reciente edición.

Según el semanario alemán, se creía que las obras que amasó el historiador de arte Hildebrand Gurlitt durante el nazismo habían desaparecido tras el bombardeo de Dresde, a finales de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los cuadros permanecieron en un piso de Múnich, donde vivía el hijo de Gurlitt. Se estima que el valor actual de la colección supera los 1.230 millones de francos suizos.

Cornelius Gurlitt solía viajar frecuentemente a Suiza. En septiembre de 2010, su comportamiento llamó la atención de los funcionarios de aduana alemanes. Llevaba 9.000 euros en efectivo. Gurlitt alegó que provenían de una transacción con la Galería Kornfeld en Berna. El caso levantó sospechas de evasión fiscal. Convencidas de que Gurlitt disponía de más ingresos que no había declarado, las autoridades ordenaron registrar su vivienda. Pero en lugar de dinero, hallaron 1.400 lienzos escondidos detrás de latas de conserva vacías apiladas desde el suelo hasta el techo y montañas de desechos. Más de 200 obras, de un valor incalculable, eran objeto de una orden de búsqueda internacional emitida mucho antes.

Hildebrand Gurlitt, un respetado historiador de arte, sintió la necesidad de congraciarse con los nazis, en parte porque tenía raíces judías por parte materna. Había adquirido las obras por muy poco dinero de familias judías que huían del país, o las había obtenido a través del proceso de confiscación que emprendieron los nazis para eliminar el arte “degenerado” en suelo germano. Y es que los nazis menospreciaban el arte contemporáneo.

Se ha dicho que la principal razón por la que las autoridades alemanas mantuvieron en secreto este hallazgo durante los últimos dos años y medio es una ley de 1938 que aprobaron los nazis para legalizar la confiscación de arte degenerado y que nunca fue revocada. En teoría, Cornelius Gurlitt podría ser el propietario legítimo. La fiscalía investiga si compró las obras de forma legal, pero no ha presentado cargos contra él y dice que posiblemente no los habrá.

La Galería Kornfeld, casa de subastas en Berna, desmiente que Gurlitt la visitara en septiembre de 2010. “El último negocio y contacto personal entre la Galería Kornfeld y Cornelius Gurlitt se remonta a 1990”, afirma en un comunicado emitido el 4 de noviembre. Gurlitt está en paradero desconocido.

Fuentes: swissinfo.ch, Agencia Telegráfica Suiza, Focus

Abrir los archivos

En tierras suizas encontraron refugio miles de familias judías y sus haberes, pero también comerciantes de arte que simpatizaban con los nazis. Así, el país alpino se convirtió en un importante centro de venta de arte durante y después de la época nazi.

Varias galerías helvéticas, entre ellas la Gutekunst Klipstein (hoy Kornfeld) en Berna, Fischer en Lucerna y Fritz Nathan en Zúrich, organizaron grandes ventas y subastas, por lo que un sinfín de obras terminó en el extranjero, principalmente en Estados Unidos. Los expertos sospechan que los archivos de las citadas galerías, así como los de Bruno Meissner y los hermanos Moos guardan las respuestas sobre las condiciones  de la puesta en venta de las obras.

“En lugar de crear una página web, los suizos deberían abrir sus archivos”, sostiene Raymond Dowd, experto estadounidense en las trabas jurídicas para recuperar obras de arte robadas.

Socio de un importante bufete de abogados, Raymond Dowd, ha asesorado a los herederos del artista de cabaret austriaco Fritz Grünbaum, que fue detenido por las nazis en 1938 y falleció en el campo de concentración de Dachau en 1941.

En el marco de este mandato, se le negó el acceso a las actas que pueden contener información sobre la disolución de la famosa colección de Grünbaum, una parte de la cual reapareció en Berna en 1956.

A pesar de que no había equívoco de que eran obras robadas, el Museo Leopold de Viena –fundación privada, pero que gestionan las autoridades austriacas– y más de diez pinacotecas estadounidenses adquirieron los lienzos y dibujos de Egon Schiele que eran propiedad de Grünbaum, sin preguntarse jamás de dónde provenían. Hasta que los herederos presentaron las primeras demandas y reivindicaron sus derechos.

Raymond Dowd sostiene que los museos meten la cabeza bajo tierra y actúan igual que los bancos suizos que negaban albergar cuentas no reclamadas de víctimas del Holocausto, hasta que en 2001 se publicó el informe que el Gobierno suizo había encargado a la Comisión Bergier. Finalmente, los bancos dieron su brazo a torcer y aceptaron indemnizar a los herederos con 1.250 millones de dólares.

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Según Benno Widmer, director de la entidad que se ocupa del arte expoliado en la OFC, durante todos estos años Suiza no permaneció mano sobre mano. En 1946-47 se restituyeron 71 pinturas a sus legítimos propietarios y el proceso de identificación jamás fue interrumpido. Widmer subraya que la situación es más compleja en el caso de las decenas de miles de obras que los nazis sustrajeron en los países ocupados, ya que no se logró identificar a muchos de sus propietarios. La labor de rastrear el origen resulta mucho más difícil.

“Cada obra de arte tiene su historia y pedimos a los museos que indaguen”, explica. En 2010, una investigación que la OFC llevó a cabo en todos los museos suizos logró esclarecer la procedencia de solo una de cada cuatro obras adquiridas entre 1933 y 1945.

El objetivo de los documentos digitales que la OFC publicó recientemente es reunir las informaciones disponibles y promover la realización de controles adicionales para determinar su origen. “Los museos nos dicen que les hemos facilitado los instrumentos adecuados”, asegura Widmer.

En 1998, bajo la égida de Estados Unidos, 44 países firmaron un acuerdo para facilitar la identificación y restitución de obras de arte espoliadas por los nazis.

Estas reglas no vinculantes fueron poco eficaces. Quince años después, pese a la voluntad política manifestada en Alemania, Austria, Holanda, Francia y, en menor medida, Reino Unido, las indagaciones sobre el origen generalmente comienzan una vez presentadas las demandas de restitución. Las autoridades e instituciones actúan raramente de forma proactiva.

España, Italia, Hungría, Polonia y Rusia se muestran reticentes a toda forma de restitución, pese a haber suscrito el acuerdo.

Las cajas negras del arte

Con base en los Principios de la Conferencia de Washington de 1998, las autoridades helvéticas encargaron al historiador del arte y periodista Thomas Buomberger la elaboración del primer informe oficial sobre el papel de Suiza como país de tránsito de obras de arte expoliadas durante la guerra.

“Hay una clara voluntad del mercado del arte de esconder debajo de la alfombra el asunto”, admite el experto. En su opinión, el Estado suizo no tiene nada que ocultar y los descendientes de comerciantes implicados en la venta de obras robadas podrían estar aún en posesión de valiosos archivos, a menos que los hayan destruido.

Thomas Buomberger no está convencido de que las informaciones sobre la procedencia que ofrece la web de la OFC sean suficientes. “No existe una ley que obligue a los comerciantes de arte y a los museos a determinar los orígenes de la propiedad. No ven razón para consagrar fondos a una investigación larga y costosa”.

“Las depósitos de los museos que no han sido examinados y los archivos que han desaparecido son las cajas negras del mundo del arte”, puntualiza.

Ori Soltes, cofundador del Holocaust Art Restitution Project, un foro que ayuda a los potenciales herederos de los expropiados, destaca en entrevista telefónica que la atención del público internacional se centra, sobre todo, en las demandas de restitución de cuadros de fama mundial.

En su opinión, cuando los museos abran finalmente sus depósitos, aparecerá una segunda categoría de obras: dibujos, grabados, cuadros y, sobre todo, inmensas bibliotecas de libros valiosos desaparecidos durante la guerra.

El valor sentimental que tienen estos objetos para las familias judías expropiadas supera con creces el de mercado, puntualiza Ori Soltes.

Thomas Buomberger afirma que incluso uno de los museos más grandes y prestigiosos de Suiza –el Kunsthaus de Zúrich– no sabe exactamente lo que contienen sus depósitos. Pese a las garantías públicas de que las indagaciones sobre el origen se realizaron con diligencia, un antiguo vicedirector le confesó no tener ni idea.

Björn Quellenberg lo desmiente rotundamente. El portavoz del Kunsthaus sostiene que en el año 2007 se realizó un inventario completo y que las investigaciones anteriores se remontan a la década de 1980. El origen de las obras que compró la pinacoteca entre 1930 y 1950 “puede considerarse irrefutable”.

Quellenberg destaca que el Kunsthaus es una asociación privada y no alimenta la base oficial de datos de Suiza. Tampoco participan las casas de subastas.

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Fundaciones “creativas”

Según Jonathan Petropoulos, autor de varias obras sobre el tema, los expolios no terminaron con la Segunda Guerra Mundial. “Aunque haya más transparencia sobre las cuentas bancarias, las cajas fuertes de los bancos y los depósitos de los puertos francos son aún un refugio seguro de bienes sustraídos. Después de la guerra, muchas obras de arte robadas fueron transferidas de Baviera y Austria a Liechtenstein y Suiza”.

“Se constituyeron fundaciones creativas, con el fin de esconder las obras confiscadas” agrega, y cita los ejemplos de Bruno Lohse y de Ante Topic Mimara.

El investigador estadounidense anota también que el valor de las obras ha aumentado exponencialmente para subrayar que hay mucho dinero en juego.

Entre 1933 y 1945, los nazis llevaron a cabo una política de expropiación sistemática de obras de arte. Primero se las confiscaron a los judíos en Alemania y Austria, y al estallar la guerra, también en los países ocupados. En teoría, las obras robadas debían ir a parar al museo del Führer en Linz (Austria), una pinacoteca que no vio la luz.

Uno de los principales artífices de esta confiscación artística fue el lugarteniente Hermann Goering, que se consideraba un gran entendedor de arte. Para llevar a cabo este gigantesco saqueo se formaron varias unidades especiales. Fuentes judías cifran en más de 600.000 las obras de arte robadas.

Algunas obras, que Hitler y los nazis consideraban arte degenerado, fueron destruidas. Tras la capitulación de Alemania, los aliados encontraron muchos objetos escondidos en los lugares más inverosímiles, por ejemplo en salinas, y las restituyeron en la medida de los posible a los propietarios. Muchos bienes, sin embargo, se transfirieron en secreto a la Unión Soviética y muchos desaparecieron.

Las piezas que faltan

Pese a la recuperación de importantes colecciones de arte, como la del comerciante Paul Rosenberg (una historia que relató su nieta, la periodista francesa y exesposa de Dominique Strauss-Kahn, Anne Sinclair, en el libro 21 Rue La Boétie, 2012), los trabajos de investigación son arduos, pues faltan muchas piezas del rompecabezas. Cada año, los tribunales estadounidenses rechazan más de nueve de cada diez demandas.

Algunos museos estadounidenses han adoptado medidas preventivas. Tratan de obtener fallos judiciales que les confirmen como propietarios legítimos de ciertas obras, pese a las pruebas deficitarias y antes de que se presenten demandas de restitución. Así procedieron el Museo Guggenheim de Nueva York en el caso de El molino de la torta, de Picasso, y el Museo de Bellas Artes de Boston el de Dos desnudos, un lienzo de Oskar Kokoschka de 1913.

Un portavoz del MoMA de Nueva York declaró recientemente que el deber de un museo hacia el público es conservar las obras que tiene en propiedad.

Thomas Buomberger, por su parte, cree que corresponde a Estados Unidos, que alberga gran parte del arte robado por los nazis, insuflar nueva vida a los Principios de Washington.

“Debemos recordar nuestras obligaciones morales”, subraya el historiador del arte, para que Suiza proporcione las piezas que faltan y que pueden ayudar a determinar el origen de las obras.

En julio pasado, el Colegio Federal de Abogados estadounidense solicitó “la creación de una comisión del Congreso para resolver los problemas de identificación y propiedad derivados de las obras que confiscaron los nazis, en aplicación de los principios de la Conferencia de Washington”.

Benno Widmer recuerda que el Gobierno suizo ha reiterado su compromiso: “Los trabajos proseguirán hasta que conozcamos la verdad sobre estas obras de arte”.

(Traducción del inglés: Belén Couceiro)

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