La vida en un objeto
¿Cuál es el objeto que le gustaría tener con usted en el último periodo de su vida? El fotógrafo Thierry Dana documentó esas pequeñas cosas que algunas personas mayores llevan consigo al entrar en un hogar de reposo.
Un abrigo, un medallón, un embudo de plástico, un reloj, un viejo libro o una caja de tizas de colores: artículos sencillos, quizá banales, que sin embargo pueden adquirir una dimensión especial e inesperada. Sobre todo, si contienen los recuerdos de una vida y si esta está llegando a su fin.
“Estamos rodeados de objetos y la mayoría de ellos no tienen ningún significado”, dice Thierry Dana a SWI swissinfo. “Cuando tenemos que elegir es cuando nos damos cuenta de qué objetos tienen realmente valor”. Una elección que los futuros residentes de una institución para mayores, o sus familiares, tienen que hacer antes de dejar su casa para siempre.
“Cuando tenemos que elegir es cuando nos damos cuenta de qué objetos tienen realmente valor”
Thierry Dana, fotógrafo
Fascinado por el vínculo entre un objeto y su propietario, Thierry Dana acudió al hogar para mayores Bon-Séjour, en Versoix, a pocos kilómetros de Ginebra, para averiguar cuáles eran los objetos de la vida de los residentes. El centro alberga a 94 personas, de edades comprendidas entre los 72 y los 103 años.
El ingreso a una casa de reposo es un momento de ruptura en el curso de la vida y los objetos pueden actuar como puentes con el pasado. Permiten a la persona mantener un sentido de continuidad y conservar la conexión con los demás. Tienen el poder de evocar recuerdos, cosas que ya no están existen”, explica Tania Zittoun, profesora del Instituto de Psicología y Educación de la Universidad de Neuchâtel, en entrevista con el semanario Migros-Magazin.
A la casa de reposo con un saco de dormir
Las historias que le impactaron son muchas, dice el fotógrafo. Por ejemplo, la de Eric, de 83 años, que quería llevar a su nueva morada un viejo saco de dormir de alpinista que había fabricado él mismo. “Dice que es para el último campamento de su vida”, explica Dana.
O la historia de Elena, de 93 años, que dejó Italia en 1948 para ayudar a sus padres, que habían emigrado a Suiza. Una mujer menuda, pero extremadamente enérgica y orgullosa, precisa el fotógrafo. “Recuerda que cuando llegó a Suiza poseía solamente un par de zapatos verdes. Después de dos años de trabajo pudo comprarse un abrigo azul, que conservó durante el resto de su vida. Hoy ya no puede ponérselo, le queda grande, pero está como nuevo”.
Y luego está Claudine, de 84 años, que no pudo llevarse nada. Un día se cayó y despertó en el hospital, desde donde fue trasladada directamente a la residencia de ancianos. Todo lo que tenía fue vendido, incluida su colección de discos y CD. “Le encantaba la música, así que se compró una radio”, narra Dana. “La gente se aferra a los recuerdos y eso me parece muy conmovedor”.
Las imágenes de los objetos y las historias de los mayores son presentadas en un libro* publicado con motivo del 30º aniversario de la residencia de Versoix. Una forma de rendir homenaje a las personas que deben trasladarse a instituciones y a las personas mayores en general, una población a menudo olvidada y reducida a frías estadísticas demográficas, afirma Thierry Dana.
Los mayores están muy contentos del interés en ellos, señala. “Me han contado mucho sobre sus vidas. Necesitan hablar con alguien”.
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El objeto de una vida
De las finanzas a la fotografía
“Siempre he admirado la fotografía y a los fotoperiodistas, pero pensaba que yo no era capaz de ser fotógrafo”, nos cuenta Thierry Dana, de 64 años. Originario de Túnez, trabajó durante tres décadas en el sector financiero. En 1981, ganó La vuelta al mundo, un concurso de la televisión en el que los participantes recorrían el mundo con cámaras fotográficas para hacer reportajes.
Cuando se jubiló, Thierry Dana decidió asistir a una escuela de fotografía en Barcelona. Su experiencia le permite “entender que la fotografía es un medio para expresar y apoyar causas que consideramos importantes”.
En 2019, expuso una obra sobre los migrantes en el marco del Festival Internacional de Cine y Foro de Derechos Humanos de Ginebra (FIFDH). Sus fotografías muestran los objetos que las personas que se encuentran en los centros de asilo lograron llevarse consigo cuando abandonaron su país. “Al haber emigrado de Túnez, el tema de la migración siempre me ha interesado”, señala Dana. Sus padres, recuerda, trajeron un pequeño pez de metal, un animal de la suerte en la cultura norafricana.
Migrantes y ancianos, un destino similar
El trabajo con las personas mayores en Versoix es una continuación de la labor iniciada con los solicitantes de asilo. Dos grupos de personas que solamente son diferentes en apariencia, según el fotógrafo. “Los migrantes tuvieron que dejar sus hogares para ir a un país que no conocían. No podían llevarse casi nada. También los residentes de una casa de reposo llegan a un mundo que desconocen tras desprenderse de sus pertenencias personales. Los emigrantes tienen a sus espaldas un largo viaje en kilómetros, los ancianos, un largo viaje en el tiempo”.
“Establecemos fuertes relaciones emocionales con ciertos objetos, hasta el punto de que se convierten en una extensión de nosotros, forman parte de nuestra identidad”
Tania Zittoun, Instituto de Psicología y Educación de la Universidad de Neuchâtel
Los inmigrantes y los ancianos, prosigue Thierry Dana, reciben un trato un tanto desigual: “Son víctimas de los prejuicios y son alojados en grandes estructuras impersonales, lejos del centro de las ciudades”.
Un seguimiento lógico de su trabajo podría ser la gente en la cárcel, anticipa. “Me pregunto qué objetos pueden importar a un lugar del que no se puede salir».
La experta en psicología Tania Zittoun recuerda que “establecemos fuertes relaciones afectivas con determinados objetos, hasta el punto de que se convierten en una extensión de nosotros, forman parte de nuestra identidad”. Y estar privado de ellos, subraya, “es un poco como haber sufrido una amputación”.
Muertos por el coronavirus, pero aún vivos
Al entrar por primera vez en la residencia de ancianos de Versoix, Thierry Dana se sorprendió. “Me pareció un lugar triste y gris. Es la última etapa de la vida y los que entran en ella viven una media de dos o tres años. Sin embargo, las personas que conocí no esperan la muerte. Están llenas de vida, de recuerdos, les encanta bromear. Su miedo es que su memoria se desvanezca”, subraya.
Una serenidad que la pandemia de coronavirus destrozó dramáticamente. Algunas de las personas que el fotógrafo conoció murieron a causa del virus. “No quiero saber quién ha muerto porque cuando hablo de un objeto y de su propietario quiero hablar en tiempo presente. Es una forma de mantener viva a la persona y su memoria”.
*El libro ilustrado L’objet d’une vieEnlace externo (El objeto de una vida) de Thierry Dana, editado por Slatkine y publicado en marzo de 2021, presenta 40 fotografías de objetos pertenecientes a los residentes de la casa para mayores Bon Séjour de Versoix (Ginebra).
Traducido del italiano por Marcela Águila Rubín
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