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Suiza vuelve a ser «un balón de oxígeno»

Andrés recorre regularmente los 2.000 km que separan la Costa da Morte del Jura suizo. José Caruncho

Entre semana, la presencia de hombres es escasa en las calles de Camariñas, un pueblo de la costa gallega. Algunos han salido a la mar a ganarse la vida. Otros, cada día más, emprenden el camino de regreso al Jura suizo huyendo de la crisis que golpea España.

Los que partieron a Suiza no regresarán pronto al puerto gallego, contrariamente a los vecinos que viven del mar y que se reúnen por la noche en el bar del pueblo para ver un partido de fútbol. Sus mujeres nos recuerdan a las esposas de los marineros que les esperan en tierra.

Una de ellas es Bea, de 43 años, cuyo esposo hizo las maletas hace dos años. Este verano, al acabarse las vacaciones, se llevó consigo a su hijo Pablo, de 25 años, para darle un futuro en el Jura suizo, una región que los habitantes de Camariñas conocen como la palma de su mano.

Los habitantes de este pueblo pesquero de la Costa da Morte gallega, situado a unos 60 km al oeste de Santiago de Compostela, emigraron masivamente a Suiza desde principios de los años 60 para hacer las Américas, cuando los destinos tradicionales de la emigración gallega, como Buenos Aires y Montevideo, habían perdido su encanto.

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Testimonios de nuestros lectores

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Un balón de oxígeno

“Suiza es un balón de oxígeno para nosotros», comenta Bea detrás de la barra del restaurante Os catro ventos, donde trabaja como camarera. El nombre del establecimiento recuerda el de un hotel situado en la cumbre de un puerto de montaña del cantón del Jura y revela que sus propietarios pasaron algunos años de su vida en tierras helvéticas.

La propia Bea estuvo radicada durante diez años en Moutier, a 15 kilómetros de Delémont. Vivió allá con su marido Antonio durante los años 90. Dejaron a sus dos hijos en el pueblo con los abuelos. “Si es hoy, nos llevaríamos a los niños con nosotros. Allí tendrían otro porvenir’, admite.

Como Bea y Antonio, numerosas parejas gallegas dejaban a sus niños con los abuelos mientras se ganaban la vida en Suiza. De esta forma, querían indicar a sus familiares que su intención era volver al pueblo después de haber ahorrado un poco de dinero.

A principios de la década de 2000, el matrimonio regresó “definitivamente”, explica Bea, sin ironía, sin amargura. La economía española estaba en plena expansión y varios suizos de Camariñas aprovecharon para volver al pueblo. Además, los abuelos tenían cada día más dificultades para ocuparse de los niños que se acercaban a la adolescencia. “Era nuestro proyecto de vida. Queríamos quedarnos aquí para siempre”. Por primera vez, la familia vivió bajo un mismo techo.

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Cuando la historia se repite

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Familias separadas

El estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 volvió a separar a la familia. Antonio trabajaba en la construcción, un sector devastado por la crisis del ladrillo. Hace dos años, como no encontraba trabajo, llamó a su exjefe en Suiza. “Le ofreció un empleo y se fue inmediatamente”.

Desde entonces, vive en Court, una localidad cercana a Moutier, donde acogió a su vez a su hijo, que trabajaba como electricista antes de quedarse sin curro, como la mitad de los jóvenes españoles. Bea se quedó en Camariñas con su hija para “cuidar” a sus padres, como ellos lo hicieron años atrás con sus vástagos.

Milagros Canosa, una de las dueñas del Os catro ventos escucha a su empleada con comprensión. Vivió algo similar hace treinta años. “Volví a Camariñas por mis padres que estaban enfermos”, confiesa esta mujer, una de las  primeras de la comarca que se instaló en 1964 en Delémont.

Regresó al pueblo en 1982 tras haber trabajado en el restaurante del hospital de Delémont. “Si yo fuera joven, también me largaría para allá”, admite. “Si no fuera por mis padres, me habría quedado en Suiza hasta jubilarme”, añade, con nostalgia.

El apoyo de los jubilados

Entre semana, la mayoría de las personas que se pasean por las calles de Camariñas son jubilados. “Aquí si no fuera por las pensiones de los viejos, mucha gente lo pasaría mal”, afirma Iberia, una pensionista que disfruta del sol otoñal en el paseo marítimo con su marido y su nieta. “Los padres trabajan y la guardería hay que pagarla», añade. El matrimonio tiene cuatro hijos. Los dos varones se ganan la vida en la mar. Una de las hijas vive en La Coruña, la otra en Ginebra.

Iberia se alegra de que su hija haya resistido a la tentación de volver al pueblo, como lo deseaba su yerno. “Tenía mucha morriña”, la palabra gallega que expresa la nostalgia de la tierra.

“Cada verano, el último día de las vacaciones, lo veíamos que daba vueltas, que no quería irse”, recuerda. “Pero hizo bien en quedarse allá. Mi nieto gana hoy un millón de pesetas mensuales”. Utiliza la antigua moneda para darle todavía más relieve a un sueldo inimaginable en la región: unos 10.000 francos suizos mensuales.

A Suiza en taxi

Andrés es probablemente la persona que mejor conoce las idas y venidas de los gallegos entre Camariñas y el Jura suizo. Al volante de su taxi, recorre a menudo los 2.000 km que separan la costa gallega de Delémont. Hace diez años, solía llevar a Galicia a jóvenes jubilados o retornados que volvían al pueblo. Desde 2008, sus pasajeros son, sobre todo, jóvenes que buscan suerte en Suiza.

“Algunos se alojan en casa de familiares, otros en un hotel y aprovechan su estancia para distribuir su currículo en las empresas”, detalla el taxista. “Algunos los reencontré una semana más tarde y los traje de regreso a Galicia. No habían encontrado trabajo”, testimonia.

Y es que no todos los que se van encuentran necesariamente un empleo. Según un recuento del diario regional La Voz de Galicia, una decena de personas abandona cada semana la Costa da Morte rumbo a Suiza. Los más exitosos son los que ya tienen a un pariente en una empresa que puede recomendarlo al patrón.

En 50 años, las idas y venidas de gallegos entre la costa gallega y el Jura tejió una red que se ha activado en los últimos años para ayudar a los que perdieron su empleo en España. José Manuel, por ejemplo, fue contratado por una empresa de Tramelan, cuyo dueño es hermano de su exjefe. Abandonó Camariñas en agosto. Ahora espera traerse cuanto antes a su mujer y su hijo, que se quedaron en tierra.

A partir de los años 60, los habitantes de Camariñas y de la región de la Costa da Morte’gallega, conocida por sus naufragios, empezaron a recorrer el Camino de Santiago en dirección contraria, rumbo al Jura suizo.

Galicia es una tierra de emigración. Antes de partir hacia Europa, millones de gallegos cruzaron el Atlántico para instalarse en Argentina, Cuba y Uruguay, principalmente.

Resulta difícil explicar por qué los camariñenses se instalaron principalmente en la región de Delémont. Lo más probable es que unos cuantos llegaran al Jura a principios de los 60, porque habían recibido ofertas de trabajo. Después, se llevaron a sus parientes y amigos.

El fenómeno alcanzó tal magnitud que los candidatos a las alcaldías de la Costa da Morte tenían que hacer campaña en Buenos Aires, Montevideo y Delémont hasta la reciente reforma de la ley electoral, que dejó a los emigrantes sin derecho a voto en las elecciones municipales.

En cincuenta años, las relaciones entre el Jura y la Costa da Morte se reforzaron. Cada verano, numerosos coches con matrícula suiza circulan por las carreteras de la región. Los habitantes los llaman los suizos, a pesar de que son gallegos como ellos.

También es posible encontrar en los mercadillos de la costa productos suizos como la mostaza Thomy o las típicas salchichas cervelas. Estos productos están destinados a los jubilados suizos, que viven a menudo con nostalgia del país que han dejado. Como lo admite Iberia, “Suiza dio mucho de comer”.

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